
Francisco Boix, los ojos de Mauthausen
Fuente: EL PAÍS (5 de mayo de 2015)
En el infierno se pasaba algo más que frío en invierno. El 5 de mayo de 1945 acabó lo que parecía eterno. Aquella fortaleza de granito donde se había azuzado el infierno cada minuto, cada hora, cada día, durante cerca de siete años, abrió sus puertas. Dentro había vivos y muertos sin que entre unos y otros hubiese notables diferencias de aspecto. En Mauthausen, y la densa red de subcampos que gestionó, murieron la mitad de las casi 200.000 personas que los nazis encerraron desde el 8 de agosto de 1938, cinco meses después de que Hitler anexionase Austria –su patria original- al Tercer Reich.
Hace 70 años, los soldados americanos que cruzaron el portón se encontraron cadáveres amontonados y esqueletos andantes. También presos con energía suficiente para derribar el águila nazi que presidía la entrada y colgar una pancarta de bienvenida políglota con el lema Españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras. Uno de aquellos presos, con boina, sonrisa y un brazalete en inglés que le identificaba como reportero de guerra, disparaba una Leica ora al júbilo ora al espanto. Era Francisco Boix (Barcelona, 1920-París, 1951), tan presidiario como todos, tan comunista como algunos, más periodista que nadie.